«Entrado el siglo XV de la Encarnación
del Verbo Eterno, un hombre (1) que,
o apacentaba ganado o había salido a cazar, hallándose
en el término de la villa de Almonte, en el sitio llamado La
Rocina (cuyas incultas malezas le hacían impracticable a humanas
plantas y sólo accesible a las aves y silvestres fieras, advirtió
en la vehemencia del ladrido de los perros, que se ocultaba en aquella
selva alguna cosa que les movía a aquellas expresiones de su
natural instinto. Penetró aunque a costa de no pocos trabajos,
y, en medio de las espinas, halló la imagen de aquel sagrado
Lirio intacto de las espinas del pecado, vio entre las zarzas el simulacro
de aquella Zarza Mística ilesa en medio de los ardores del original
delito; miró una imagen de la Reina de los Angeles de estatura
natural, colocada sobre el tronco de un árbol. Era de talla y
su belleza peregrina. Vestíase de una túnica de lino entre
blanco y verde, y era su portentosa hermosura atractivo aún para
la imaginación más libertina».
«Hallazgo tan precioso como no esperado, llenó al hombre
de un gozo sobre toda ponderación, y, queriendo hacer a todos
patente tanta dicha, a costa de sus afanes, desmontando parte de aquel
cerrado bosque, sacó en sus hombros la soberana imagen a campo
descubierto, Pero como fuese su intención colocar en la villa
de Almonte, distante tres leguas de aquel sitio, el bello simulacro,
siguiendo en sus intentos piadosos, se quedó dormido a esfuerzo
de su cansancio y su fatiga. Despertó y se halló sin la
sagrada imagen, penetrado de dolor, volvió al sitio donde la
vio primero, y allí la encontró como antes.
Vino a Almonte y refirió todo lo sucedido con la cual noticia
salieron el clero y cabildo de esta villa y hallaron la santa imagen
en el lugar y modo que el hombre les había referido, notando
ilesa su belleza, no obstante el largo tiempo que había estado
expuesta a la inclemencia de los tiempos, lluvias, rayos de sol y tempestades.
Poseídos de la devoción y el respeto, la sacaron entre
las malezas y la pusieron en la iglesia mayor de dicha villa, entre
tanto que en aquella selva se le labraba templo. Hízose, en efecto,
una pequeña ermita de diez varas de largo, y se construyó
el altar para colocar la imagen, de tal modo que el tronco en que fue
hallada le sirviese de peana.
Aforándose en aquel sitio con el nombre de la Virgen de las Rocinas».
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